Érase una vez... diez ranas que iban atravesando un bosque y dos de ellas cayeron en un hoyo bastante hondo. El resto de las ranas se reunió alrededor del hoyo. Cuando vieron que éste era muy profundo, les dijeron a las dos ranas que se dieran por muertas.
Las dos ranas ignoraron los comentarios y trataron de saltar con todas sus fuerzas para salir del hoyo. Las demás ranas siguieron diciéndoles que se detuvieran, que se dieran por muertas.
Finalmente, una de las ranas hizo caso a lo que las otras ranas estaban diciendo y se dio por vencida. Se dejó caer al suelo y murió. La otra rana continuó saltando tan fuerte como pudo.
De nuevo el grupo de ranas le gritó a la otra rana que no sufriera intentando salir y que mejor se dejara morir. Pero la rana saltaba más y más fuerte y finalmente logró salir.
Resultó que esa rana era sorda y no le era posible oír el consejo de las demás. En todo momento pensó que sus compañeras la estaban animando para que saliera.
La palabra tiene el poder de la vida y de la muerte: Una palabra de aliento a alguien que está pasando por un mal momento puede reanimarlo y ayudarlo a salir adelante, pero una palabra destructiva para esa misma persona puede ser lo único que se necesite para matarlo.
Nuestras palabras deberían ser siempre de aliento para todos aquellos que se cruzan en nuestro camino. A veces es difícil entender que una palabra pueda hacer tanto por alguien.
Así que de ahora en adelante,
Nuestras palabras deberían ser siempre de aliento para todos aquellos que se cruzan en nuestro camino. A veces es difícil entender que una palabra pueda hacer tanto por alguien.
Así que de ahora en adelante,
¡reflexionemos lo que vamos a decir!
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