El silencio
No hay maltrato sin testigos. Sin eso que los sajones llaman by standers : los que se paran a un lado y observan la acción. Sin intervenir, pero sabiendo."Lo que pasa es que a veces en los chicos el temor es pasar de testigos a víctimas del bullying, y por eso se callan", apunta la psicoanalista Sara Arbiser, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) y especializada en adolescencia. "Que esos chicos se animen a hablar, y que los adultos los escuchen y actúen en consecuencia es lo que hace toda la diferencia", explica. "En Estados Unidos, por ejemplo, vi cómo ante un caso así a los chicos se los reunía y se los ponía a hablar. Aquí rara vez se toma la palabra y por eso estas cosas arrancan en jardín y se las deja crecer de año en año. Al final, la violencia es imparable." Pero ¿cómo no entender el silencio cuando el estigma del "delator" es sacudido por algunos adultos sobre la cabeza del chico que se anima a contar? ¿Cuándo los chicos toman conciencia de que sus voces no cuentan? "El docente suele subestimar lo que dice el nene agredido. Por eso, al final, las víctimas optan por no denunciar. Saben que no van a ser creídos y que nadie intervendrá en su defensa", concluye.
Eso -el silencio asesino- fue algo que Jesús Campo descubrió del peor de los modos. Fue hace exactamente un año, cuando lo llamaron del hospital donde su hija Celeste, de diez años, acababa de ser internada. Con fractura de cráneo. Con tres coágulos en la cabeza y muchos, demasiados golpes en todo el cuerpo. "Un compañerito de la misma edad que siempre la molestaba y que ya había sido expulsado de otros colegios la tiró por la escalera. Celeste cayó cuatro metros. Estuvo diecisiete días internada, le hicieron dos operaciones. Está viva de milagro", dice. El video que Jesús armó como pudo y colgó en YouTube cuenta lo demás. Noemí, la mamá de Celeste, cuenta lo que no está en ningún lado. Por ejemplo, que hoy Celeste, tan coqueta como era, debe ir por la vida "con un casco como el de los skaters, porque todavía el hueso no está bien. Tuvimos que cambiarla de escuela, tiene que ir en remise. Perdió casi el 50% de la visión del ojo derecho. Se cansa, se marea, nunca más volvió a patinar ni a hacer gimnasia. Es otra nena", dice. Silencio.
Los rotos
El video todavía da vueltas por Internet. Lo grabaron con un celular. Muestra un nene flaquito enfrentando a un compañero dolmen que le lleva dos cabezas y veinte kilos de ventaja. David amaga a tirar un par de piñas. Acto seguido, Goliat lo levanta, lo pone cabeza abajo y lo estrella contra el piso. El video no tiene audio ni fin: una y mil veces, la espalda vuelve a dar contra el cemento. Huesos rotos. "Cosas de chicos."
Chicos como Víctor Feletto, otro que también era menudito y prefería estudiar. "En la última prueba de matemática se había sacado diez", cuenta su abuelo José. "Era agradecido, muy responsable". Pero, ay, no le gustaba el fútbol. No al menos como se lo hacían jugar en su escuela de Temperley: rodeado de chicos cuatro años mayores que se divertían empujándolo y pateándolo. Un día, le golpearon un hombro; otro día, le golpearon el que faltaba. Terminó en el hospital Gandulfo, con hematomas y enorme dolor. "El no quería ir más, lo trataban peor que a un esclavo. Era tanta la angustia que tenía? La mamá habló con la directora, pero él se asustó porque ella dijo que si no hacía gimnasia podía perder el año." Perdió otra cosa: el 4 de abril, al volver de otra sesión de insultos y patadas, fue al cuarto de sus abuelos, tomó la pistola de José y apretó el gatillo.
Cosas de chicos. De chicos como cosas.
HUELLAS VISIBLES DEL ACOSO ESCOLAR
- Negativa a asistir a clase.
- Golpes y moretones.
- Tristeza.
- Pérdida de objetos.
- Pérdida del dinero que le dieron para el recreo.
- Decaimiento, pesadillas, ansiedad, nerviosismo.
- Síndrome del domingo a la tarde.
- Cefalea, dolores intestinales.
Fuente: Centro de Investigaciones del Desarrollo Psiconeurológico (CIDEP)
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