La clínica de niños con trastornos de desarrollo como se llama a ciertas patologías psíquicas graves en la temprana infancia (niños atípicos) constituye un compromiso mayor que con otro tipo de pacientes, pues su abordaje esta sustentado en un sufrimiento casi intolerable, lo que significa un gran desafío de intervención. Estos niños sufren y hacen sufrir, y la ardua tarea consiste en inaugurar la vida psíquica allí donde no existe.
Por ejemplo hemos conocido que un niño no nace autista -se hace- construye una fortaleza entre su mundo interno y el mundo exterior, cortando toda comunicación con el entorno, su conducta de aislamiento lo protege contra el retorno de una primitiva angustia, y de la intrusión del mundo externo que es vivida como una violencia destructora. Estos niños según Meltzer se caracterizan por su hipersensibilidad sensorial y una gran complejidad del funcionamiento mental, abrumante para el terapeuta.
Pasaré ahora a detallar el comienzo de mi experiencia con los nuevos niños de este tiempo de quienes se habla tanto hoy, pero que entonces estaba aún lejos de saber de su existencia.
Todo comenzó con el primer niño que rompió las estructuras conocidas y marcó la diferencia con todo lo vivido y conocido anteriormente como profesional de estos casos. Y detrás de él llegaron otros.
Alexis, así se llama, de 3 años de edad con desfasaje en el desarrollo lingüístico, apenas hablaba, comunicándose gestualmente.
Afectado en su capacidad lúdica, observaba en él rasgos de espectro autista, trastorno del desarrollo severo con dificultadas en la socialización, prácticamente sin interacción con el otro como refería el informe institucional que trajeron los padres. Presentaba también risas inmotivadas más relacionadas con sensaciones internas, típicos de los trastornos de la constitución subjetiva.
Había sido evaluado en una institución estatal, especialista en el diagnóstico de estos pacientes, y desde allí me fue derivado para el inicio del tratamiento psicológico correspondiente.
Su diagnóstico coincidía hasta ese momento con lo que mi ojo clínico también podía corroborar.
Es por eso que con cada paciente no se olvida nunca el día que por primera vez las miradas se encuentran, momento fundante de una nueva etapa en el tratamiento.
Comencé el trabajo con Alexis estableciendo un dispositivo propio para él.
A esta altura tengo que agregar que además de mi ejercicio profesional, soy investigadora de la civilización maya y estudiosa de algunos de sus calendarios, uno de los cuales se distingue por brindar información a través de determinados símbolos/glifos mayas de características ideográficas, es decir, cada glifo representa un conjunto de ideas y su estudio permite aprender a decodificarlos e interpretarlos.
Un día Alexis llegó y comenzó con su accionar acostumbrado: movimientos estereotipados sin demasiado registro de mi presencia en “aparente” juego que estaba aún muy lejos de constituirse como tal, llevado a cabo de manera solitaria.
Antes de su llegada yo había estado leyendo material maya que quedó sobre el escritorio, entre ellos la rueda maya con los veinte glifos.
El azar o la conspiración cósmica dejo esa rueda al alcance de la mirada de Alexis quien clavó sus ojos en ella y una gran transformación se produjo en la expresión de su rostro.
Una expresión que nunca antes había visto en él...
continuará...
extraido de: http://www.cosasdelainfancia.com/
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"NO SE QUEDE SOLO CON LAS ENSEÑANZAS TRADICIONALES..."
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