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miércoles, 27 de enero de 2010

EL MOTIVO DE LA INFELICIDAD.


¿Qué se necesita para ser feliz? Ese es uno de los misterios que el ser humano siempre ha investigado. Después de la búsqueda de la Piedra Filosofal , por parte de los adeptos de la alquimia, el siguiente vendría a ser el secreto para vivir eternamente feliz por toda la vida.

Muchos enfilan sus ojos, para lograrlo, en base a la acumulación de los bienes materiales. Se pasan toda su vida laborando como máquinas, descuidándose y privándose de las cosas gratas que la vida otorga para de esa manera acumular riqueza. Dicen estas gentes que lo hacen pensando en la vejez, en obtener una hermosa casa, cómoda, una fuente de ingresos que les impida padecer de insomnio y no carecer absolutamente de nada.

Después de tanto sacrificio algunos llegan a lograrlo. Estabilidad económica, lujos, una familia. Pero fueron tantas las privaciones que pasaron que descuidaron su organismo. Nunca quisieron gastar en un buen traje, una buena comida, un viaje de placer con su estirpe, con tal de economizar pensando en la acumulación de una fortuna.

Estos pobres, cuando se dan cuenta del error que cometieron ya es demasiado tarde. Están tan agotados que no tienen fuerza para disfrutar de la vida. Su organismo, decrépito por tanta carestía se encuentra muy enfermo y ni con toda su fortuna pueden curarlo. Están tan viejos y achacosos que ya es tarde para regresar al punto de partida original y enmendar los errores.

La vida les cobra la factura de sus acciones y lo hace en el momento más crítico de su existencia. Casi siempre lo hace cuando se es de la tercera edad y se ve la forma equivocada de haber criado a los hijos, convirtiéndolos en seres insensibles, que sólo basta que estiren la mano para que la máquina de hacer dinero (los viejos) les cumplan sus caprichos y comiencen a despilfarrar todo lo que con esfuerzo construyó el pilar de la familia.

No es que la riqueza sea mala, lo malo está en el uso que se le de. Pongamos, por ejemplo, a una persona que nunca ha tenido poder y de pronto se encuentre con él. De inmediato se verá el cambio. Prepotencia, abusos, orgullo e ignorancia. Sería como poner en manos de un ignorante una placa de policía y un tolete. El resultado sobra enumerarlo.

Cuenta una vieja historia el caso sucedido en la corte de un soberano. El rey, a pesar de tenerlo todo no era feliz. Siempre estaba furioso, no aplicaba con justicia las leyes, le molestaba ver a los campesinos que apenas ganaban un jornal diario convivir en familia con mucha felicidad. Y eso era lo que él envidiaba.

Tenía a su disposición un bufón que por más que trataba de hacerlo reír no lo lograba. Un día, en su desesperación, en cuanto entró el payaso el rey le preguntó: “¿Cuál es el secreto de tu felicidad? Siempre estás sonriente, nunca te veo deprimido, preocupado o molesto. Vives como cualquiera de mis siervos y no ostentas riqueza. Dime ese secreto para que yo lo posea y aleje de mí esta infelicidad que me carcome y ni toda mi riqueza y poder han sido suficientes para alejarlas de mi vida”.

El paje respondió: “Señor mío. No poseo secretos para ti. ¿Cómo no he de ser feliz si vivo en palacio en una de las casitas que me haz asignado? Por servirte, de vez en cuando me pagas con una moneda extra. Tengo a mi familia, comida, abrigo. ¿Qué más puedo pedir?

No contento con esta respuesta, el rey lo consulta con uno de sus asesores y éste le dice que efectivamente, el bufón le ha dicho la verdad y que no hay secreto alguno que le esté escondiendo. Se pone de acuerdo con el rey y deciden poner a prueba al payaso.

Cierta noche, rey y consejero depositan en una bolsa de cuero 99 monedas de oro. Llaman a la humilde morada del paje dejando la bolsa en la puerta de entrada y se esconden para ver lo que sucede. Sale el vasallo tropezando con la bolsa. Al abrirla, de inmediato cambió su expresión al ver su contenido y apretándola contra su pecho mira a todos lados para cerciorarse que no había nadie viéndolo.

A través de la ventana, soberano y consejero, veían cómo el bufón contaba las monedas, las acariciaba, reía y lloraba al mismo tiempo que hablaba en voz alta. Nunca había tenido en sus manos tanta riqueza. Ahora era poderoso pero de pronto cambió su expresión. Eran 99 monedas y sólo faltaba una para completar un número perfecto, el 100.

¿Cómo le haría? Se puso de inmediato a sacar cálculos y llegó a la conclusión que para reunir esa moneda, después de laborar en la corte, tendría que conseguir un trabajo extra y así se llevaría 10 años en lograrlo. Era mucho tiempo. Si mandaba a trabajar a su esposa el tiempo se acortaría a 7 años. ¡Demasiados! Pensó de nuevo.

Desde el día siguiente en que se presentó a la corte a laborar, el payaso ya no era el mismo. Se había vuelto grosero. Al preguntarle el rey sobre su cambio de actitud le respondió: “Por unas miserables monedas que me pagas, todavía quieres que te haga reír”.

El mandatario mandó a despedir a ese bufón que se había vuelto cascarrabias y se reunió de nuevo con su consejero. “Tenías razón (dijo el rey). A este siervo le puse un tesoro en sus manos y en lugar de volverse humilde fue todo lo contrario. Se volvió prepotente, engreído, grosero y no me respeta a mí, que soy su soberano.

El consejero respondió: “Mi señor, te haz dado cuenta que en muchos de los casos, la riqueza no es la fuente de la felicidad. Un ignorante que nunca ha tenido nada, cuando ve sus manos llenas ni a ti, que eres su soberano respetó. Fue un malagradecido Ese siervo, creyó que su verdadera felicidad sería cuando completara a 100 monedas su fortuna y eso fue el motivo de su infelicidad.” A partir de ese momento, el rey comprendió el error en el cual había vivido por muchos años y se volvió amoroso y comprensivo con su pueblo, ayudando al necesitado y conviviendo con los que menos tenían.

 
Frank Barrios Gómez.

domingo, 24 de enero de 2010

El Despertar

Uno Mismo


Cuando descubro mi auténtico yo, deseo tu bien y el mío. Dejo de creer que conseguiré algo valioso quitándotelo a ti. Efectivamente, sé que cuanto más te dé a ti, más me daré a mí mismo.

La verdadera naturaleza no es lo que yo veo como «yo». No es lo que veo como «tú». Está más allá de todos los conceptos estratificados del «yo» y del «tú». Es más correcto describir al verdadero yo como «yo en ti y tú en mí». Es la interpenetración del ser. Es la conciencia que nos honra a los dos en este momento.

Cuando veo mi Naturaleza Verdadera, estoy viendo únicamente la Naturaleza Verdadera en ti. Ver a través de mi Naturaleza Verdadera es ver más allá de tu máscara, de tu apariencia, hasta llegara tu esencia. Es verte a través de mi amor y de la aceptación de mí mismo.

La manera que tengo de verte a ti refleja la manera que tengo de verme a mí. Cuando me miro con compasión, te veo a ti bajo ese mismo prisma. Aunque me insultes, no te responderé temeroso, porque sé, por propia experiencia, que esos insultos representan lo que sientes hacia ti mismo. Sé que proyectas sobre mí el odio que sientes hacia ti, porque te resulta demasiado agobiante. Y no quiero reforzarte el odio que sientes hacía ti mismo, por eso te respondo de una manera que respeta la dignidad inherente que hay en ti y en tu deseo de aceptación.

Cuando te doy el amor que tú me niegas, estoy dando ese amor para los dos. Te animo a no abandonarte. Te digo: “Tengo suficiente amor para los dos, y como en estos momentos tú no lo ves, te lo enseñaré.” Y, al hacerlo así, construyo un puente sobre la separación que sientes.

Cada interacción que tengo contigo me ofrece la posibilidad de escoger entre afirmar la persona que verdaderamente soy o ponerme la máscara de la identidad. Cuando me pongo la máscara, veo la separación que hay entre nosotros. Veo diferencias entre tu bien y el mío. Y pierdo la conexión con lo más verdadero de mí y lo más verdadero de ti.

La mayoría estamos convencidos de que el mundo en el que vivimos es un mundo competitivo, un mundo de tú contra yo, de lo tuyo contra lo mío, un mundo en el que yo envidio tu éxito porque creo que al conseguir algo bueno para ti me arrebatas la atención. ¿Te sorprende que experimentemos dificultades, sacrificios, egoísmo y avaricia?

Este mundo competitivo es un engaño, un triste sueño del cual podemos despertar, del cual despertaremos. Nuestra creencia, en este tipo de mundo es la que nos hace mantener las máscaras puestas y la que recicla nuestros miedos.

Este mundo competitivo no nos ofrece una felicidad o una paz verdadera. Entonces, ¿por qué continuamos creyendo en él? ¿Cuándo estaremos dispuestos a ver un mundo diferente?

Cuando nos quitamos las máscaras, cuando aceptamos la verdad sobre nosotros mismos y sobre los demás, cuando dejamos de competir unos con otros para conseguir amor y aprobación, encontramos la verdadera felicidad. El amor nos pertenece a todos por un igual. De este modo, no es difícil darlo ni recibirlo.