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domingo, 27 de junio de 2010

LA ENSEÑANZA DE LA FLOR.


El hombre se pasa toda la vida sumido en un mar de problemas y argumenta que todo eso es para vivir bien. Si se tiene el dinero suficiente, podrán adquirirse bienes materiales con los que la vida se hace más placentera.

Jefes de familia salen temprano de sus casas, cuando sus hijos aún duermen, y regresan cuando están durmiendo porque el día está por finalizar. Estas personas argumentan que trabajan de sol a sol para que en sus hogares no falte nada.

Primero toman el pretexto de sus hijos que están pequeños. La vida transcurre y el tiempo es algo que no puede detenerse. Cuando se dan cuenta, los hijos volaron y tienen sus propias familias. No hubo tiempo para disfrutarlos y no puede retrocederse en el tiempo para enmendar errores.

Luego, encontramos al mismo individuo que ya no tiene hijos pequeños pero sigue con el mismo rol de maquinaria, ahora, según él, trabajando para los nietos. ¿Qué clase de vida es esta? El dinero ayuda pero no otorga felicidad, y cuando se quiere retroceder en el tiempo, ya no es posible.

Hay gente que por el hecho de tener esposa e hijos los consideran como objetos. No existe para ellos una palabra cariñosa, o una atención que indique que son la parte más importante de la vida. Se les mira y trata como algo que no se cultiva y se descuida lo más elemental y necesario que necesita el ser humano, el afecto.

Cuenta una fábula el caso de una dama que ocupaba un importante puesto en una firma de reconocimiento mundial. Económicamente lo tenía todo; un salario que satisfacía todas sus necesidades quedándole muy buena cantidad para ahorrar. Además, un buen esposo, paciente y complaciente con ella. Y unos hijos adorables.


Pero la dama siempre estaba demasiado ocupada en la oficina para atender lo mínimo que requería su familia. Creía que con su puesto y dinero era más que suficiente para darles felicidad.


El marido siempre la esperaba con los brazos abiertos para mimarla. Pero ella estaba demasiada cansada y fastidiada de los problemas del trabajo para ocuparse de cosas que consideraba cursi.


Los hijos deseaban que su madre les diera una caricia y compartiera con ellos unos minutos de su tiempo. Pero ella estaba malhumorada porque el personal no había respondido en la empresa como esperaba. Y las atenciones de sus vástagos la hacían irritable. Lo que quería era dormir pensando en la forma de cómo solucionar lo que había quedado pendiente en la oficina ese día.


Si atendía al esposo descuidaba a los hijos. Si atendía a los hijos descuidaba al esposo y al trabajo. No tenía tiempo ni para ella y los problemas comenzaron a manifestarse en su hogar. El esposo no estaba dispuesto a vivir al lado de una mujer fría, que no lo atendía. Los hijos, se alejaban de ella porque siempre estaba de mal humor y los hacía a un lado.


El padre de la mujer, viendo el derrumbe de ese hogar, un día obsequia a su hija una plantita única en el mundo. No se conocía otro ejemplar y le dijo: “Hija mía, esta planta es única, te la obsequio. Lo único que tienes que hacer es cuidarla, podarla, regarla de vez en cuando, ocasionalmente hablarle con dulzura y verás cómo te da las flores más bellas y perfumadas de las que te sentirás orgullosa.


Al principio la dama siguió las instrucciones de su padre. Los problemas en la oficina y su vida personal continuaban agudizándose más. Ella llegaba a su casa, miraba la planta y como la veía con su flor que le otorgaba un aroma exquisito, comenzó a descuidarla.


Para qué la regaba. Todavía estaba ahí la planta y aunque no le atendía, continuaba viva y regalándole flores. Llegó el día en que para nada prestaba atención a su planta.


Cierto día en que la dama llegó a su casa, con horror vio que su planta se había secado sin que ella lo percibiera hasta ese momento. La tierra estaba seca, las raíces, tallo y flor inánimes. Ya nada podía hacerse.


Lloró con desesperación y contó a su padre lo que había sucedido por la falta de atención a la planta. Creyó que por el hecho de poseerla, el vegetal tenía la obligación de vivir a pesar de que la tenía descuidada. Un miedo le invadía y ese día lloró como un bebé por su error cometido.


El padre, con infinito amor consoló a su hija y le dijo: “Hija, esa planta era única y ya nada puede hacerse para conseguirse otra igual. Lo mismo sucedió con tu marido y tus hijos. Los abandonaste. Creías que por tenerlos en tu casa iban a soportar toda su vida el que los tuvieras abandonados. No cultivaste en ellos sus sentimientos hacia ti. Creías que te iban a aguantar toda la vida y lo que lograste fue alejarlos de tu lado. Que esta lección te sirva para que te des cuenta, hija mía, que en este mundo hay que cultivar los sentimientos porque de lo contrario, sucederá lo de la plantita; mueren y ya no volverán a revivir”.


MORALEJA: No todo en la vida debe ser trabajo y dinero. Lo que se compra en este mundo con dinero no es tan caro como lo suponemos, así hayamos invertido una fortuna. El amor es un sentimiento que no tiene precio porque no puede comprársele. Cuando se tiene, hay que cultivarlo diariamente. Una palabra de cariño, una atención, una caricia, son algo que no debe volverse cotidiano porque si se deja morir, difícilmente volverá a resurgir ese sentimiento del amor.


Por el hecho de tener a la pareja a su lado, a los hijos, no quiere decir esto que le pertenezcan y que debe tratársele como objetos inanimados. El amor es como una gran hoguera. Diariamente hay que echarle leños para que siga ardiendo. Cuando deja de hacerse esto, esa hoguera comienza a extinguirse hasta que llega a apagarse y ni las brasas quedan ardiendo. El ser humano necesita de estímulos para que reaccione. Si no se hace, no puede esperarse reciprocidad alguna. Reflexionemos en esto para enmendar nuestros errores y que no digamos que la vida no nos avisó de lo que estaba sucediendo a nuestro alrededor.

Frank Barrios Gómez.

 Imágen de nuestra seguidora Claudia:  http://tithta.deviantart.com/gallery/

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